La reconfiguración del concepto de autor. Alteridad e Identidad en la poesía de Juan Luis Martínez.
Adolfo Vásquez Rocca.
Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
Universidad Complutense de Madrid
Departamento de Filosofía IV, Estética Pensamiento Contemporáneo
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“En esencia, el mito de SUPERMAN satisface las secretas nostalgias del hombre moderno, que aunque se sabe débil y limitado, sueña rebelarse un día como un “personaje excepcional”, como un “héroe” cuyos sufrimientos están llamados a cambiar las pautas ontológicas del mundo”. “SUPERMAN se hizo extraordinariamente popular gracias a su doble y quizás triple identidad: descendiente de un planeta desaparecido a raíz de una catástrofe, y dotado de poderes prodigiosos, habita en la Tierra: primero bajo la apariencia de un periodista, luego de un fotógrafo y por último, tras las múltiples máscaras de un inquietante y joven poeta chileno, que renuncia incluso a la propiedad de su nombre, para mostrarse como un ser a la vez tímido y agresivo, borroso y anónimo. (Esto último es un humillante disfraz para un héroe cuyos poderes son literal y literariamente ilimitados)”. J.L. Martínez. La nueva novela. |
La noción de "autor"
La noción de "autor" –como creador individual de una obra artística o literaria– se puede situar histórica y culturalmente en el tránsito de la modernidad a la postmodenidad, la noción de creador individual empieza a problematizarse; desde fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, donde la noción se hace insostenible.
Tal como lo refiere Michel Foucault[2], el autor que desde el siglo XIX venía jugando el papel de regulador de la ficción, papel característico de la era industrial y burguesa, del individualismo y de la propiedad privada, habida cuenta de las modificaciones históricas posteriores, no tuvo ya ninguna necesidad de que esta función permaneciera constante en su forma y en su complejidad.
Un planteamiento interesante en torno las relaciones conflictuadas entre autor, texto y lector, así como de la cuestión anteriormente planteada respecto de las nociones de autor y autoría, es la de Juan Luís Martínez[3]. La propuesta del poeta es la de una autoría transindividual, que quiere superar desde oriente la noción de intertextualidad según se ha entendido en occidente, donde los textos de base están presentes en las transformaciones del texto que los procesa; pero en J. L. Martínez ella parece resolverse en la negación de la existencia de las individualidades en la literatura, al hacer fluir bajo nombres distintos una misma corriente, que es y no es él[4].
Fue Flaubert quien dijo que "un autor debe arreglárselas para hacer creer a la posteridad que no ha existido jamás". Palabras que calaron hondo en Juan Luís Martínez[5], poeta secreto como pocos. El poeta debe saber andar sobre sus pasos y borrar sus propias huellas.
Martínez, lejos de ambicionar popularidad, varias veces dijo que deseaba abandonar su propia identidad: "Me complace irradiar una identidad velada como poeta; esa noción de existir y no existir, de ser más literario que real", confesó en su última entrevista.
También soñaba con escribir un libro que no se supiera que era de él. Sueño o voluntad que al leer Poemas del otro adquiere connotación casi empírica: "Esta es poesía lírica. Si se comparan estos versos con los de La Nueva Novela, difícilmente podría inferirse que Juan Luís es su autor", explica Cristóbal Joannon, encargado de la edición de Poemas... Lejos de la mezcla de lenguajes, aquí la palabra está despojada de todo artificio, develándonos a un autor preocupado por la soledad, el amor y la trascendencia.
En La nueva novela, obra paradigmática de la neovanguadia poética chilena, J. L. Martínez anticipa la escritura hipertextual, bajo el soporte de un libro para armar, desentrañar, recorrer, en algún sentido completar o construir, esto a partir de las tareas poéticas que aparecen allí prescritas, o los diversos enlaces con los que están tejidos problemas de física y matemática con otros de gramática, sintaxis e incluso ética.
Es imposible reseñar todos los juegos fantásticos del pensamiento, de la palabra, del contexto tipográfico y autoral, que esta obra nos presenta. Los textos de La nueva novela tienen la estructura del problema lógico, físico o matemático, con un espacio en blanco para su resolución, o con la solución misma al pie de página.
La nueva novela es el libro sueño, el libro utopía, el libro total. Allí, el lenguaje poético se cruza con la filosofía, la lingüística y las matemáticas. Muchos poemas parecen adivinanzas o problemas aritméticos. Un ejemplo: "Comúnmente suele decirse que 'el tiempo es oró. Haga el cálculo en dólares". El texto es intervenido con citas de autores, imágenes de personajes célebres, collages y artefactos hechos por él mismo, como unos anzuelos aplanados con alicate. Lo terminó en 1971, pero tras ser rechazado por Editorial Universitaria, lo archivó unos años. Finalmente, lo autopublica en 1977.Al año siguiente, edita La poesía chilena, otro libro objeto[6].
La nueva novela genera perplejidad en el lector, quien ya desde la portada enfrenta imágenes de casas derrumbándose, para luego adentrarse en un territorio movedizo que deshabitúa su tradición de lectura; tachadura de la autoría, las señales descriptivas e ilustrativas de la solapa son reutilizadas con la formulación de un silogismo que pone en movimiento otra noción sobre la legibilidad del texto el de armarlo como una interrogación y una combinación de una suma de textos: en la paráfrasis kriteviana todo texto se construye como un mosaico de citas, todo texto es la absorción y transformación de otros textos.
Cada una de las partes de La nueva novela puede ser considerada como un todo, porque cada una de ellas obedece a ese sentido que le da constitución a un poema; pero, a su vez, todos ellos son fragmentos de esa totalidad que es el libro mismo, el que se construye en su contenido como un sistema de referencias, las que operan permanentemente en todas direcciones[7]. Es por eso que se puede hablar tanto de obras como de una sola obra, primando este último sentido que es el libro como institución o, más precisamente, como sistema.
Juan Luís Martínez, de este modo, desacraliza el concepto de originalidad tomando múltiples textos –ajenos y propios– haciendo una obra “original”. La tendencia natural es esconder la fuente. Cuanto más importante es la fuente, más fuerte la tendencia a esconderla. Juan Luís se burla de eso y refiere la fuente; hecho en el que hay algo más que gran honestidad. Aquí esta presente la idea de que la literatura es un gran texto –hipertexto– en el que cada individuo se inscribe.
Por ello Juan Luís Martínez pareciera ser tan sólo un “nombre-pretexto”, tras el cual sólo hay un espectro. J. L. Martínez sentía que no era dueño del lenguaje que componía su obra, y por eso tachaba su nombre. Decía: “no soy yo el autor de nada, el lenguaje le pertenece a todo el mundo, yo sólo lo ordene de una manera, pero esto lo podría haber hecho cualquiera”[8]. El mismo Juan Luís escribe su propio nombre, pero luego lo tacha, lo elimina, lo borra: el sujeto desaparece, el ego no tiene cabida posible. La nueva novela es una obra plural escrita por muchos, como en tiempos medievales. El ideario poético con el que J. L. Martínez aparece comprometido es el de emanar una identidad velada, en sus palabras “no sólo ser otro sino escribir la obra de otro”. Esto conduce, como he señalado, al extremo de la tachadura de la autoría. Un nombre es tachado por otro nombre (una existencia sobre otra) y así sucesivamente.
En el acto de tachadura de la identidad hay una negación de la autoría, del que escribió y armó todos los discursos, lo que, finalmente, produce un quiebre al estatuto de la autonomía del arte.
Es así como la reconfiguración del concepto de autor, bajo el de escritura cooperativa, evita la hipostación de remitir el texto a una figura fantasmagórica –la del autor– que se encuentra fuera de él (del texto) y lo precede. Punto de vista que generaba esa apariencia de personalidad, que creaba la ficción de poder sacar o derivar una personalidad a partir –o como soporte de los textos–, creyendo hallar en ello una prueba de que existe una personalidad unificada “detrás” o “dentro” de los textos o incluso “implícita”.
[1] FOUCAULT, Michel, “¿Qué es un autor?”, conferencia de 1979 publicada en 1984.
[2] Juan Luís Martínez, poeta que a fines de los 70 y principios de los 80 irrumpió en la escena lírica chilena con una poesía rupturita, escéptica e iconoclasta, incomprendida por buena parte de la crítica y rechazada por más de un editor. Los versos de Martínez han circulado por más de 20 años como fotocopias, aunque ahora la situación empieza a cambiar. La Nueva Novela –curiosamente a pesar del nombre– obra paradigmática de la vanguardia poética chilena se ha convertido en un objeto de un nuevo culto, el de la tacha de la autoría y la disolución del autor.
[3] LIHN, Enrique, El Circo en Llamas, Ed. LOM, 1997, Santiago, 1997, p.200; cap. “Señales de Ruta de Juan Luís Martínez” Santiago. Archivo, 1987, escrito en colaboración con Pedro Lastra.
[4] MARTÍNEZ, JUAN LUÍS (1942-1993), muy a su pesar, dejo algunas huellas y, más que eso, Señales de Ruta. Nació en Valparaíso, pero pasó gran parte de su vida entre Con-Con, Viña del Mar y, más tarde, en Villa Alemana. En su juventud fue conocido como el loco Martínez, pues tenía fama de pelear con "los choros" del puerto, robar autos para echar carreras a Santiago y usar el pelo largo, en una época en que todos se lo cortaban a lo James Dean. Se decía que tenía una placa de platino en la cabeza, a raíz de un accidente, y que por eso tenía el pelo largo.
Lo de la lámina metálica es mentira, pero es cierto que sufrió un grave accidente en moto. Martínez, que no terminó el colegio por considerarlo intrascendente –igual que Lihn–, aprovechó la convalecencia para leer a Huidobro, Carroll y otros autores que marcaron su destino. La literatura significó un cambio en su vida: de joven rebelde pasó a ser un hombre dedicado a tiempo completo a la poesía. El autor, que evitaba las entrevistas, podía pasar horas conversando con alguien que lo iba a ver a su casa. Quienes lo conocieron destacan que saltaba de un tema a otro y solía adoptar la posición contraria. Los últimos años los pasó en su hogar-biblioteca (tenía 5 mil libros) en Villa Alemana, leyendo, escribiendo y luchando contra una enfermedad que lo obligaba a dializarse tres veces por semana.
[5] MARTINEZ, Juan Luís, La poesía chilena, (Archivo, Santiago, 1978).
[6] NORDENFLYCHT, José de, “El gran Solipsismo: Juan Luís Martínez, obra visual”, Editorial Puntángeles, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, 2001, p. 82.
[7] MARTINEZ, Juan Luís, Poemas del otro, Ediciones Universidad Diego Portales, 2003.
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