Gilles
Lipovetsky y Elyette Roux, EL LUJO ETERNO: DE LA ERA DE LO
SAGRADO AL TIEMPO DE LAS MARCAS, 2004, Barcelona, Anagrama, Por
Adolfo Vásquez Rocca
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1.- En las tiendas por departamentos se banaliza el acceso al lujo y lo desmitifica. Para ello,
qué mejor que los franceses para crear el consuelo mágico del
prêt à porter. Los grandes almacenes ofrecen una ilustración a
gran escala de ese semilujo democrático. Al bajar los
precios, los grandes almacenes consiguieron ‘democratizar al
lujo’, más exactamente, transformar ciertos tipos de bienes
antaño reservados a las élites acaudaladas en artículos de
consumo corriente, promover el acto de compra de objetos
suntuarios. El siglo XX
tiene como vector la vida cruza por la aspiración al lujo.
Lipovetsky recuerda que lo superfluo y la apariencia han sido temas
estudiados desde Platón a Polibio, de Epicuro a Epicteto, de
San Agustín a Rousseau, de Lutero a Calvino, de Mandeville a
Voltaire, de Veblen a Mauss.
El
lujo eterno. De la era de lo sagrado al tiempo de las marcas, se
convierte en un libro indispensable para coser los tiempos de la
posmodernidad con los nihilistas.
2.-
en Lujo eterno, lujo emocional, el francés Gilles Lipovetsky
reitera algunos de los argumentos que le valieron la calificación de
intérprete privilegiado de la posmodernidad. Vivimos una época,
visible desde los años ‘70, en la que han perdido importancia
tanto los ideales puritanos como los contestatarios. El
individualismo, el narcisismo extremo, el hedonismo sin culpa,
se han vuelto dominantes en nuestra cultura. Esa dinámica
individualista ayuda a incrementar nuestra propia autonomía, nos
emancipa de las antiguas obligaciones de pertenencia y erosiona
la autoridad de las normas colectivas. Un proceso de
desinstitucionalización que se extiende a todas las esferas
–familia, sexualidad, moda, religión, política– y a la que tampoco
escapa el consumo de artículos suntuarios.
Ahora
que el lujo tiende a democratizarse en la competencia con los
mercados de masas, Lipovetsky percibe un vínculo emocional en el
consumo de objetos caros y raros. Afirmación subjetivista de
nuestro derecho a la felicidad, basado en nuestra libre
disposición como individuos más que en cualquier imposición
social externa; el lujo ya no puede ser interpretado como mero
signo de status o de clase.
Resulta paradójico que en el momento mismo en que la posmodernidad
nos concede la libertad y la felicidad tan añoradas por los
modernos, ambas se restrinjan al exclusivo ámbito del consumo. Y
aún peor, al exclusivísimo, mal que le pese al propio autor,
consumo de bienes lujosos. Una tenue democracia del gusto donde
el libre albedrío se convierte en inofensivo porque las
elecciones en el mercado llevan siempre impreso el sello de lo
transitorio.
No
obstante, la argumentación de Lipovetsky añade otra vuelta de
tuerca. Al rastrear la historia de los consumos suntuarios descubre
dos lógicas superpuestas que lo llevan a postular el carácter
antropológico, universal, del lujo. Una es la del gasto excesivo y
la ostentación, el intercambio simbólico de dádivas que
caracterizaba a las civilizaciones “primitivas”, a diferencia de
la acumulación de riquezas de las sociedades de clase. Con ello
subestima el hecho de que también las sociedades arcaicas
necesitaban asegurarse su reproducción material. La otra lógica
indica cierta relación religiosa con el tiempo, la búsqueda de
inmortalidad del soberano en los monumentos y los ritos fúnebres
de las grandes civilizaciones antiguas.
Por
eso su ensayo concluye con la postulación de un sexto sentido, no
materialista, que reinscribe la ritualidad en un mundo
desencantado, de consumo a ultranza. Una vocación de eternidad que
se sustrae a la inconsistencia de lo efímero y sintoniza con
el pensamiento mítico. Así, ese cruce entre tradición y moda que
distingue a las marcas de lujo, esa apariencia de
intemporalidad, vendría a ser el signo de la voluntad por
trascender nuestro entorno desacralizado.
Entronización del lujo, extrañas exigencias metafísicas por parte
de los consumidores y el nuevo desafío al que deben enfrentarse
los encargados de la gestión de marcas suntuarias. De eso se
ocupa Tiempo de lujo, tiempo de marcas, la parte del libro que
corresponde a Elyette Roux. Artículo que sintoniza en todo con
los imperativos de la lógica financiera de la industria de
objetos suntuarios y que sólo interesará a los gerentes de
marketing. Pero al menos Roux tiene la decencia de admitir
aquello que Lipovetsky tiende a rechazar: que la pertenencia de
una marca al universo del lujo debe ser definida por el precio de
la mercancía.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca.
http://www.danoex.net/adol fovasquezrocca.html
Gilles
Lipovetsky y Elyette Roux, EL LUJO ETERNO: DE LA ERA DE LO
SAGRADO AL TIEMPO DE LAS MARCAS, 2004, Barcelona, Anagrama, Por
Adolfo Vásquez Rocca
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3.- Dispendio, exceso, gasto o derroche son sus lexemas homónimos característicos del consumo ostentoso (Veblen)
que aquella clase ociosa practicaba frenéticamente en su afán
por exhibir su rango, su patrimonio y su nula disposición para
realizar trabajo alguno, hasta tal punto que determinada
indumentaria suya –el zapato con tacón de aguja, el corsé– servían
ante todo para impedir cualquier ejercicio físico que lo
aproximara al obsceno mundo del trabajo. Tamaño derroche, que se
concretaba en las diversiones costosas tales como el potlach –ceremonia
de rivalidad para conseguir prestigio, haciendo grandes regalos
que obligan al donatario a responder con otros de mayor valor– o
el baile, han perdurado hasta nuestros días, es la gran profecía
de Veblen, aunque –hay que admitirlo– se han modificado
sustancialmente las formas (bodas, bautizos, pedidas de mano,
puestas de largo, despedidas de soltero...).
El consumo ostentoso, parece razonable pensarlo, puede ser
tildado como mínimo de superfluo. Sin embargo, en la sociedad
cortesana (Norbert Elias) era necesario; necesario para el
prestigio y la representación. A su vez, en tanto que parte maldita (Bataille), el derroche, el lujo auténtico exigiría el desprecio cumplido de la riqueza: un esplendor infinitamente arruinado.
Del lujo, Voltaire hará una apología, Rousseau dirá que «nace del
ocio y de la vanidad» y Hume destacará «un gran refinamiento en
la justificación de los sentidos». Como Jano, el lujo es doble,
superfluo y necesario, ostentoso y exquisito, indica la dignidad y
el exceso desordenado. Tiene que ver con la exuberancia y con el
sacrificio, con el regalo y con la humillación. Y con la muerte:
el lujo se relaciona con el luto en las, significativamente
denominadas, pompas fúnebres.
Además de todo ello, hoy asistimos a lo que el economista americano Robert H. Frank ha llamado fiebre del lujo (Luxury fever)
para designar el fenómeno creciente de consumo de bienes de lujo
que, según él, ha inundado los Estados Unidos de América en los
últimos años. En esta línea de atención al lujo aparece un nuevo
ensayo de Lipovetsky (Lujo eterno, lujo emocional ), al que acompaña otro de Elyette Roux (Tiempo de lujo, tiempo de marcas) : como se aclara en la presentación, un solo libro, dos enfoques distintos.
El autor del Imperio de lo efímero
se une a una lista inmensa de pensadores que, de Platón a Mauss,
se han ocupado de lo superfluo, el aparentar, la disipación de
las riquezas. Y lo hace porque considera que se han producido
cambios cruciales en las últimas décadas en el escenario [sic]
del lujo. Por ejemplo, en el año 2000, según un estudio de
Eurostaf, se estimaba en noventa millardos de euros, a escala
mundial, el gasto en el mercado de lujo, que suponemos se trata de
una cifra muy superior a mediciones anteriores.
Ello le lleva a decir que si el lujo otrora quedaba reservado a
los círculos de la alta burguesía, los productos de lujo han
«bajado» progresivamente a la calle. Por consiguiente, el lujo «ha
estallado», ya no cabe hablar de un lujo sino de lujos, y se ha
acrecentado con intensidad su visibilidad social (con el aumento
del número de marcas de lujo –412 en los años noventa– se
intensifica la inversión publicitaria, se da una mayor
mediatización de las marcas de lujo, se multiplican las redes de
distribución: nuevas tiendas «exclusivas», los corners reservados a las grandes marcas, los nuevos espacios en los no-lugares dedicados al perfume y a la belleza...).
Reconoce que coexisten dos tendencias: la que banaliza el acceso
al lujo y lo desmitifica, y la que reproduce su poder en
ensoñación y de atracción. Ni apología ni anatema, la posible
contradicción la resolveremos en el eje temporal: en la sociedad
hodierna se da «una nueva cultura [sic] del lujo» que se
actualiza en un culto de masas a las marcas. En su interés por
facilitar datos empíricos que avalen esta tesis, que va del
estrellato de los chefs y de los diseñadores de renombre,
hasta la proliferación de publicaciones, no resalta
suficientemente, bien que lo considere, lo que podríamos llamar
actitud y atención ante la memoria, lo antiguo, las antigüedades, lo
auténtico, la «exhumación». Se conforma con afirmar velozmente que
se da una consagración contemporánea del lujo acompañada de una
valoración inédita del pasado histórico, con un deseo posmoderno
de reconciliar creación y permanencia, moda e intemporalidad.
Mostradas sus premisas, hipótesis, tesis, todas ellas mezcladas y
agitadas, propone un «esbozo de la historia del lujo desde [...]
el paleolítico hasta nuestros días». Mas no se trata de una
historia empírica, sino de una «historia de las lógicas del lujo».
Para el paleolítico recurre al espléndido libro de Marshall
Sahlins Edad de piedra y edad de abundancia, que ya
aclaraba que incluso en una situación alimentaria deficitaria se
encuentran signos de prodigalidad, de generosidad, sin hacer los
cálculos que la racionalidad económica exigiría. Y de la mano de
Malinowski, muestra casos como el don, la dádiva o. más concretamente,
el kula, de Melanesia, regalos de objetos de valor a habitantes de islas lejanas.
Para épocas más reciente da noticias con la autoridad de Viene,
Elias, Veblen, Sombart, Simmel, Bourdieu, etc. Aprovecha sus
trabajos anteriores sobre la moda, que con firmeza discutible la
hace nacer en el siglo XIV, para encararla como derroche
ostentoso, que se abre paso bajo el signo de la antitradición, de
la inconstancia, de la frivolidad. Para la modernidad elige como
ejemplo en la segunda mitad del siglo XIX la alta costura que
impuso Charles Frederick Worth, creando una industria de lujo
consagrada a la creación de modelos frecuentemente renovados y
fabricados a medida de cada cliente. En la actualidad, ya no es
pertinente la oposición entre modelo y serie (series de prêt-à-porter de
lujo, millares de unidades de perfume de lujo, o de coches
BMW...). Una nueva era del lujo supone que los grandes grupos
manejan un colosal volumen de negocios, que cotizan en bolsa.
Después de un largo ciclo, «ha llegado la hora del lujo de marketing centrado en la demanda y en la lógica del mercado».
Cabe perfectamente la posibilidad de que coexistan gastos
ruinosos, despilfarros con compras «económicas», lo que le
autoriza a diagnosticar que el consumo de lujo se encuentra en
vías de desinstitucionalización, y eso sucede, según
parece, con la aparición de un individualismo desregulado,
opcional, denominado «neoindividualismo», donde es el propio
individuo y su cuerpo la medida del lujo. El lujo entraría en una
fase de democratización, seguido más por criterios individuales que
por obligación social, lo que implica a su vez una relación más
afectiva, más sensible, justamente un lujo más emocional. Y para no
dejar nada suelto, en esa semiorragia del lujo aparecen nuevos
signos transgresores en las pasarelas o en los deportes de altísimo
riesgo. Y para concluir con un ejemplo extraterrestre, se nos
cuenta que Denis Tito, primer turista espacial de la historia,
gastó más de veintidós millones de euros por una semana a bordo de
la estación espacial internacional.
El segundo ensayo de Elyette Roux, Tiempo de lujo, tiempo de marcas, atiende con las mismas hipótesis al marketing y a las marcas . Se podría decir que el lujo es un componente importante en lo que actualmente en semiótica se denomina estilos de vida.
Ya no cabe reducir el lujo al objeto; se da un encuentro entre
el objeto y la subjetividad íntima y profunda de aquel que lo
reconoce. En ese sentido, el lujo remite al placer, al
refinamiento, a la perfección, así como a la rareza y a la
apreciación costosa de aquello que existe sin necesidad, lo que
procura una articulación ética y estética (en su perspectiva
semiótica se trata de un nopoder sobre el mundo, donde se pasa de
la ostentación a la emoción y donde se produce una exaltación del
universo de lo sensible, donde actúan todos los sentidos, como por
ejemplo: «Kenzo huele a bello») .
Si en los años ochenta el consumo de lujo se hacía «cueste lo que
cueste» y en la década de los noventa no se quería comprar a
cualquier precio, en la década actual se supeditan las afinidades e
identificaciones afectivas a las marcas con que se encuentra
afinidad. Tamaña transformación supone un tránsito del producto (a
veces sólo nacional) a la marca que posee o debe poseer un estilo
inimitable mundialmente reconocido.
Si Walter Benjamin consideraba la moda como el eterno retorno de
lo nuevo, podemos sostener, también con este libro, que se da un
eterno retorno del lujo. Y que podría seguir vigente aquel anhelo
de Baudelaire cuando se refería a la Modernidad: «Luxe, calme et
volupté».
Dr. Adolfo Vásquez Rocca.
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1.- Pensamiento Francés Contemporáneo – Filosofía francesa contemporánea; post-estructuralismo y postpolítica.
- Merlau-Ponty, Canguilhem, Lacan, Lévi-Strauss, Althusser, Foucault, Deleuze, Badiou, Lyotard, Derrida, Budrillard
¿Qué es lo que ha ocurrido en la filosofía francesa durante los últimos años? Esta
pregunta, que adquiere acaso verdadera importancia, se nos
impone hoy. Varias generaciones de este siglo han establecido con
la filosofía un lazo apasionado, enriquecido por la potente
presencia de Sartre en la escena intelectual y política, y por
las mutaciones conceptuales que produjeron las obras de Merlau-Ponty, Canguilhem, Lacan, Lévi-Strauss, Althusser, Foucault, Deleuze, Badiou, Lyotard, Derrida,
Rancière. La intensidad y la agudeza de los trabajos
aparecidos en estas décadas perfilan en nuestro imaginario,
habitado por los episodios creadores de la antigüedad griega y
del idealismo alemán, un momento filosófico francés, a la vez
singular y universal.
Los desplazamientos filosóficos que tuvieron lugar en él son, ciertamente, una de las cuestiones de nuestro presente.
El
presente Artículo es un análisis de la Teoría francesa y sus
influencia en las mutaciones de la vida intelectual en Estados
Unidos. La influencia de los autores postestructuralistas franceses
en la academia universitaria americana y cómo, a partir de
devotas lecturas, se desencadena una ideológica guerra entre
cánones literarios en el país del norte, entre Estudios Culturales
y reivindicaciones del mercado, la patria y el fin de la
historia. En este sentido, French Theory muestra el making off y el behind the scenes de la filosofía francesa en EU, esto es, cómo Foucault, Derrida, Deleuze, Lyotard, Kristeva junto otros comentadores nacionales de gran prestigio como Rorty
y Butler, pululan con el aura de estrellas hollywoodenses por
los campus universitarios y las librerías especializadas. En
relación a lo anterior, se muestra que el mérito de los teóricos
radica haber elaborado sutiles instrumentos analíticos para la
comprensión de la ingente heterogeneidad cultural
estadounidense y mundial.
“En
las tres últimas décadas del siglo XX, algunos nombres de
pensadores franceses han adquirido en Estados Unidos un aura
reservada hasta entonces a los héroes de la mitología estadounidense
o a las estrellas del show business. Incluso podríamos jugar a
calcar el mundo intelectual estadounidense sobre el universo
del Western de Hollywood: estos pensadores franceses, a menudo
marginados en su país de origen, obtendrían seguramente los
papeles protagonistas. Jacques Derrida podría ser Cint Eastwood, por sus personajes de pionero solitario, su autoridad indiscutida y su melena de conquistador. Jean Baudrillard
no estaría lejos de pasar por un Gregory Peck, con esa mezcla
de bondad y sombría indiferencia, además de su común habilidad
para aparecer donde menos se les espera. Jacques Lacan
representaría a un Robert Mitchum irascible, en razón de su común
inclinación por el gesto criminal y su incorregible ironía. Gilles Deleuze y Félix Guattari,
más que los Spaghetti Westerns de Terence Hill y Bud Spencer,
evocarían al dúo hirsuto, exhausto pero sublime, de Paul
Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino. Y
sobrarían motivos para ver en Michel Foucault a un Steve
McQueen imprevisible, por su conocimiento de la cárcel, su
risa inquietante y su independencia de francotirador,
figurando a la cabeza de tamaño reparto como el favorito del
público. Tampoco habría que olvidar a Jean-François Lyotard como
Jack Palance, por su alma burilada, a Louis Althusser como
James Stewart, por su silueta melancólica y, con respecto a las
mujeres, a Julia Kristeva
como Meryl Streep, madre coraje o hermana de exilio, y a
Héléne Cixous como Faye Dunaway, feminidad exenta de todo
modelo. Un Western improbable, en el que los decorados se
transformarían en personajes, la astucia de los Indios les
daría la victoria, y adonde jamás llegaría la sudorosa
caballería.”
La
precisión o el acierto en la asociación entre pensadores y
estrellas de cine o personajes llevados a la gran pantalla por
determinados actores anima a la lectura y no sólo por aventurar
una zona de proyección, a la que la imaginación humana es tan
proclive y tan fructífera; tampoco sólo porque nos muestre la
posibilidad de traspasar los límites de los campos y de las
disciplinas y tampoco exclusivamente porque el ejercicio de la
transfiguración permite al lector otros muchos juegos de
metáforas. También por razones más objetivas, porque de los
autores que French Theory
analiza son hoy clásicos del siglo XX, centro de referencia para
el diálogo y el trabajo filosófico y, en consecuencia, nuevos
datos, nuevas reflexiones han de animar la discusión.
Pero
cuál es el interés que puede tener la influencia de los
autores franceses postestructuralistas en la academia
universitaria norteamericana.
Sin
duda, el tema no es tan banal como parece. Al fin y al cabo,
Estados Unidos es la potencia económica, política y cultural de
nuestro tiempo, el imperio según el análisis de Toni Negri, y
el pensamiento francés es uno que tiene etiqueta propia desde
hace ya muchos siglos. Pero, ¿por qué investigar las
relaciones, influencias, perturbaciones e incidencias de una
cultura filosófica en otra? ¿No valdría también entonces
investigar lo mismo en cualquier otro contexto, en cualquier
otra disciplina? ¿Por qué no investigar la influencia de
determinados textos alemanes en la cultura francesa o la
influencia de la filosofía anglosajona en la constitución del
pensamiento nórdico o la mordedura del pensamiento oriental en
los usos occidentales o, qué se yo, cualquier otra cosa? ¿Qué
diferencia habrá en esta interconexión respecto a otras
posibles? Ciertamente hay un hecho evidente y es que François
Cusset se puso a ello y de ello queda este estupendo libro para
evaluar estas posibilidades. Quizá anime a otros y consiga que esta
especie de filosofía comparada se extienda y se convierta en
práctica frecuente, inclusive podría institucionalizarse y quizá
en un futuro próximo empiecen a fundarse cátedras e institutos
de investigación que reciban este nombre: filosofía comparada.
2.-
A
partir de este momento la contracultura hippie, beat,
contestataria, pacifista de tradición marxista o al menos bajo la
sombra del movimiento por los derechos civiles de los sesenta se
irá transformando hacia una teoría sofisticada que se va
encerando en los departamentos de Literatura y desde allí la
proyectarán en mayor o menor medida a la sociedad americana y,
naturalmente, la devolverán a Europa revestida de un nuevo
interés y de nuevas formas de acción, de contestación y de
crítica.
Porque
efectivamente la primera y quizá más profunda recepción de los
pensadores franceses se va a realizar en los departamentos de
Literatura. En ellos surge una nueva Theory. Una Theory que ya
no tienen que ver con la tradición pragmatista, ni con la
theorie alemana que llevara al nuevo continente la emigración
alemana tras la subida del nazismo al poder y representada
fundamentalmente por los autores de la Escuela de Frankfurt, ni con la theory que se generó alrededor de la figura de Chomsky.
Es una theory literaria, intransitiva, cuyo objeto de estudio
es ella misma y su producción. Un theory que inicialmente
abandera el cuarteto de Yale – Paul de Man, Harold Bloom,
Geoffrey Hartman y J. Hillis Miller- de la mano de la
deconstrucción de Derrida. Si es que no habría que incluir al
propio Derrida entre los autores americanos, al menos el Derrida de los setenta. Enunciemos el misterio Derrida:
“Hay
un misterio Derrida. Más que por su obra, cuya opacidad sin
embargo no puede negarse, por su canonización, primero
estadounidense y luego mundial. Un pensamiento tan poco asignable,
tan difícilmente transmisible como el suyo, un pensamiento que
no sabríamos situar, salvo tal vez en algún punto entre la
onto-teología negativa y la exploración poético-filosófica de lo
inefable, un pensamiento, en definitiva, que se mantiene a
distancia (y en todos los sentidos de la expresión), ¿cómo ha
podido convertirse en el producto más rentable que haya existido
jamás en el mercado de los discursos universitarios? ¿Cómo este
oscuro trabajo de zapa se ha visto acaparado, compactado,
digerido y servido en dosis individuales en un campo literario
como el estadounidense al que desde entonces le han crecido
las alas y, no contento con embalar este exigente pensamiento
en manuales de primer ciclo, lo ha transformado en un programa
de conquista epistemo-política sin precedentes? ¿Cómo es
posible que por cada francés que ha leído un libro de Derrida, en
el país de la filosofía en el liceo, diez estadounidenses ya
lo hayan recorrido, a pesar de la pobre formación filosófica
que les caracteriza? ¿Y cómo es posible, en definitiva, que esa
palabra «deconstrucción», que Derrida toma de El ser y el tiempo
de Heidegger (para traducir el término Destruktiori) con el fin
de esbozar una teoría general del discurso filosófico, haya
pasado en tan gran medida al lenguaje corriente en Estados
Unidos como para encontrarla en los eslóganes publicitarios,
en los micrófonos de los periodistas de televisión o en el
título de una película de éxito de Woody Alien, Deconstructing
Harry (1997)?”.
Tras
la articulación de la deconstrucción derridiana en la crítica
de altos vuelos que realiza fundamentalmente de Man, pero
también Bloom en una primera etapa, salta a la escena teórica
una lucha inédita. Ya sea desde Derrida o ya sea desde Foucault,
lo que ha quedado claro es que no hay verdad, no hay
objetividad. Sólo hay dispositivos de verdad, transitorios,
tácticos, políticos. Esta constatación se traduce en las
universidades americanas en que la objetividad sólo es
“subjetividad del varón blanco”.
Así,
en un país donde la principal fuente de conflictos y de
preocupación tienen que ver con el mantenimiento de las heterogéneas
identidades que lo conforman, o en la demarcación y separación
de las ya existentes, de la mano de los resultados de la
theory y frente al sector liberal establecido en el pensamiento
conservador, va a desarrollarse, una serie de guerras
culturales que luchan por la afirmación de todas las
identidades sometidas: mujeres, afroamericanos, chicanos
asia-americanos, nativos-americanos, homosexuales, modernos de la
cultura pop, raperos de todo cuño, cibernautas, freakes de lo
más diverso. Estas políticas identitarias van a servir de
contenido y de activismo a un nuevo campo de estudio que
desplaza la crítica literaria hacia los Estudios Culturales o
como se abreviará en el país de las siglas cult’ studs’. De entre
todos ellos, los estudios feministas o de género van a traer a
la escena a las intelectuales francesas, Julia Kristeva, Sarah Kofman y Hélenè Cixous, y tras ellas ya nada puede verse de la misma manera.
Para
este entonces, el sistema ha reaccionado y empieza a
apropiarse comercial y mercantilmente de la marca de los post’s
y ensancha el mercado con todas esas identidades recién
descubiertas.
En
los 80’s, el poco contenido político, que todos los
movimientos identitarios tenían, se va a ir desvaneciendo, para
terminar en un persecución contra sus inspiradores de
significativas consecuencias. Este contraataque es también un
proceso complejo en donde van a participar muy diversos actores
y por muy diversos motivos.
Lo
primero que va a marcar la década es la vuelta al poder de los
republicanos con Ronald Reagan en la presidencia. Pero dentro
de la Universidad se inician dos procesos. Por parte de algunos
de los mismos críticos que abrazaron el New Critics y por el
movimiento conservador blanco y occidental se empieza a temer
que el proceso de reivindicación de identidades diversas y la
pérdida de criterios de evaluación que caracteriza la primera
expansión de la posmodernidad en determinadas lecturas
relativistas termine en una igualación o equiparación de los
productos y valores culturales. Surge una reivindicación de un
canon occidental en donde quede manifiesto que Sakespeare, Goethe
o Dante no pueden estar al mismo nivel que Confucio, los
cuentos africanos, la poesía India o el Corán. Por contra, las
minorías señalan a los grandes autores occidentales como
responsables de la difusión en las sociedades occidentales de los
peores males: etnocentrismo, misoginia, colonialismo. Incluso
los inspiradores de todo este vaivén de ideas terminan siendo
señalados por sus preferencias. Al fin y al cabo Derrida analiza
sobre todo a Platón, Rousseau o Heidegger; Kristeva homenajea a Mallarmé o Deleuze no oculta sus preferencias por Melville o Kafka.
El
segundo proceso que terminará también pervirtiéndose, como
casi todo en el capitalismo, tiene que ver con lo que saltará a
la escena mundial con el nombre de lo Políticamente Correcto.
Lo Políticamente Correcto, en la misma línea de la Theory
despolitizada por falta de alternativas o por la insistencia de
que toda alternativa fracasará en el empeño de la
transformación, pretende depurar el lenguaje y las maneras de
relación de la carga discriminatoria y peyorativa que tienen los
signos que refieren a las relaciones humanas y de poder. En la
Universidad americana completamente desconectada de la sociedad y
sin una influencia precisa en ella, se limita la
reivindicación al plano léxico y simbólico. En muchos casos
todo el movimiento termina pareciendo ridículo, pero, sin
embargo, va penetrando en los discursos oficiales, en la
gestión de compensaciones y en un ejercicio de paliar injusticias
históricas mediante los procesos de discriminación positiva.
Es en la ejecución de lo que parecen estas buenas ideas donde
la guerra va a trasladarse, de la mano de los periodistas
fundamentalmente, al seno de la sociedad y a explotar la
contraofensiva ideológica que hará tambalear el prestigio y la
influencia francesa en los campus. Cuando comienzan a aparecer las
injusticias manifiestas en los ámbitos laborales universitarios
es cuando se va a ejecutar toda una estrategia para
desprestigiar y derrocar los centros ideológicos con influencia
francesa de las universidades. Los trapos sucios afloran en los
medios generalistas: Paul de Man y su pasado antisemita, la
indecencia de las fotografías de Robert Mappertholpe, el
elitismo y la inmoralidad que muestran los medios de
comunicación pública, en fin, la influencia barbara que
adoctrina a los hijos de América que sólo leen a lesbianas negras
y escuchan rock satánico. Todos terminan siendo, desde la
contraofensiva conservadora y patriota que impera en la era Reagan
de los intelectuales neoconservadores alejados de las esferas
del poder académico, “enemigos de la Democracia”. En gran medida
todo este planteamiento antiintelectual tenía el firme
propósito de expulsar a los “radicales” de las universidades y,
sobre todo, justificar el importante recorte en el gasto
público hacia la Universidad. A la vez había que difundir los
valores de la América eterna y se inicia desde la Administración
todo un proceso de financiación de elites y de justificación
del liberalismo mercantilista que se quería imponer. En este
contraofensiva quizá el texto de mayores consecuencias haya sido
“El fin de la Historia” de Fukuyama y la obra y la influencia de Levi Strauss.
Es
cierto que la victoria de esta contraofensiva conservadora no
hubiera sido tan fácil si la izquierda no hubiera despojado de
contenido político a su pensamiento. Es cierto que la acción
política no es algo que se sigue demasiado bien del pensamiento
de Foucault o de Derrida o
de Deleuze o de Lyotrad. El proceso que siguió en Estados
Unidos, y diría que en todo el mundo occidental, a la irrupción
del pensamiento francés ha consistido en un abandono cada vez
más manifiesto de la acción política. La izquierda se ha
segmentado en una diversidad de izquierdas donde el enemigo se
ha confundido y donde entrar a dividir cualquier causa común ha
sido lo más sencillo para una derecha que se cobija en valores
firmes y eternos y que se apoya en una gestión del capital que
le permite manejar las instituciones universitarias y
científicas. En la era de lo post, la izquierda se ha convertido en
una izquierda postpolítica donde cuenta más el reconocimiento
casi corporativo de cada grupo que la lucha social y más los
signos de afiliación que el combate político.
Llegados
a este punto y para terminar en un ejercicio de estilo muy
interesante, se depone el análisis profundo de los intereses
políticos y de las complejas relaciones entre los diversos
agentes sociales, para mostrarnos desde otra perspectiva los
agentes internos del proceso académico: profesores y
estudiantes; y las consecuencias de la llegada del pensamiento
postestructuralista en áreas culturales como puede ser el arte y
las prácticas artísticas y en la cibercultura emergente a
partir de los años noventa.
En
este cambio de registro se selecciona a seis “estrellas del
campus” que a su juicio representan la mejor digestión del
postestructuralismo francés y a la vez la autoridad intelectual del
campus americano: Judith Butler, Gayatri Spivak, Stanley Fish,
Edward Said, Richard Rorty y Fredric Jameson.
En unas pocas páginas para cada uno de ellos y ellas nos
ofrece un perfil de su pensamiento teórico sumamente rentable
para el lector. El cambio de perspectiva y de estilo nos
muestra una vez más lo elaborado del texto y la densidad de
análisis que despliega. Esta nueva mirada que ahora habría de
calificar como filosofía de la filosofía resulta bastante
inédita, pero muy productiva. Vemos a Cusset empleando los
métodos y el tipo de análisis que los filosofos de… emplean en
los distintos campos de la experiencia humana sobre la que
dirigen sus miradas por encima de las cosas, pero ahora al
volcarlos sobre ellos mismos nos desvela esos procesos por los
que los textos se escriben, se difunden, se descontextualizan y
se sirven en las más variadas bandejas que van a alimentar a
los más variados comensales. Es esta filosofía de la filosofía,
de la que ya había dado muestras sumamente interesantes cuando
comenta el caso Sokal, en la introducción o cuando en apenas un
par de páginas (pongan atención a las páginas que van de la 97 a
la 103) desentraña los procesos de creación teórica, los
mecanismos de la traducción, el trabajo y consecuencia de la cita y
la consecuente invención de una teoría que se desentraña
filosófica, sociológica, política y culturalmente, la que
mantiene coherente todos los registros de análisis que el autor
despliega.
Por
el mismo precio –que por cierto, para la cuidadosa edición que
ha hecho la joven editorial Melusina ya es una ganga-
encontramos entonces otro libro que, al menos para mi, ha
resultado mucho más interesante, esclarecedor y gratificante,
que todos los demás que mencionábamos anteriormente. Un libro
que se teje entre líneas y que permite a esta obra escapar del
localismo y de la temporalidad de la que sospechaba líneas
arriba y que generaliza una metodología de análisis de la
difusión, influencia, perturbación y trascendencia del trabajo
intelectual de la que fácilmente se podría elaborar una teoría de
corte evolucionista de la difusión de ideas y del
establecimiento de creencias. Tengo la impresión de que esto no es
un resultado casual y la presencia de la palabra ‘mutaciones’
en el subtítulo de la obra es un dato en este sentido. En el
entramado del profuso y concienzudo trabajo que el libro ha
exigido, se deja entrever un método generalizable y una mezcla
de géneros e intenciones que resulta muy fructífera no sólo para
el tema que es el objeto de estudio del volumen, sino para
cualquier metateórico que desee desentrañar los misterios de los
procesos de creación, difusión, manipulación y olvido de las
ideas. Esos Memes que puso en la escena Dennett y que uno nunca
puede prever su destino. Este otro libro que se muestra queda
tan encajado en los que se dice que -continuando con el resumen-
en el momento que concede Cusset al análisis de cómo los
estudiantes absorben la teoría de altos vuelos en sus carreras,
empezamos a comprender muchos de los fenómenos singulares que
ocurren en este mundo del tardocapitalismo. Efectivamente un
estudiante en el proceso de formación de los mecanismos de la
argumentación, de la reflexión y de la crítica de la teoría,
integra a ésta en los episodios vivenciales que cualquier joven
quiere destacar en una biografía que sabe que pronto se va a
volver monótona, impersonal y obligada a una supervivencia nada
fácil en un mundo de incesante competencia y de poca creatividad.
Los estudiantes van a hacer habitables las teorías que
estudian del mejor modo que puedan recordar después y por eso
muchas de las experiencias y actividades que realizan en los
campus resultan a la par que creativas, divertidas, epatantes o
productivas, burdas lecturas, descontextualizaciones
inadmisibles o sencillamente incomprensiones profundas.
La
necesidad de integrar vivencialmente lo que se puede
relacionar de la teoría con las vidas particulares es la nota
característica de la influencia de la filosofía francesa en las
prácticas artísticas y en las comunidades de cibernautas. A
partir de los años 50, el arte experimenta, y fundamentalmente
esto ocurre en América, una explosión de prácticas
diversificadas en donde teoría y práxis se van diluyendo en un
arte que contiene su propio discurso legitimador. Desde el
expresionismo abstracto hasta el arte de la instalación y el uso de
las nuevas tecnologías, en muy poco tiempo las tendencias se
van sucediendo a partir de reflexiones teóricas y estéticas en
donde la filosofía francesa se revela más valiosa que el
pensamiento marxista o romántico anterior. El arte minimal, el
conceptual, el happening, el arte pop incluso el Land Art van a
tomar como biblia la obra de Braudillard. Según afirma un galerista “en dos años todo el mundo había leído Simulations”
En
esta relación entre artistas y pensadores se producirán
interacciones en ambos sentidos. Así algunos artistas como Mark
Tansey van a colocar en sus obras los personajes de Derrida
o Paul de Man, Rainer Ganahl crea un complejo cuadro con el
índice de la obra de Deleuze, Masoquismo. Un video de Diana
Thater es calificado como la expresión plástica de la Lógica
del Sentido de Deleuze. Y por parte de la reflexión francesa es
más que bien conocido el interés estético de Baudrillard, Foucault, Virilo, Lyotard y desde luego Deleuze.
En
el campo de la arquitectura la relación resultó ser casi
inevitable. Virilo cofunda el colectivo Architecture Principie en
1963, Baudrillard dialoga con Beauborg o con Nouvel. En América
tras la caída del modernismo cristaliza un práctica teórica de
la arquitectura que señala como mentor teórico, además de los
citados, fundamentalmente a Derrida. Los representantes de este
nuevo teorismo arquitectural son Peter Eisenman, Bernard
Tschumi. Antony Vidler y Mark Wigley, entre otros.
Pero
no solamente encontramos huellas (el término derridiano parece
aquí conveniente) del pensamiento postestructuralista en el
arte –digamos- más culto o de más honda tradición, también en
determinados DJ’s intelectualizados de la música Hip-Hop, en
portales de Internet que se amparan en la teoría rizomática
deleuziana para exponer determinadas políticas de organización,
gestión y uso de la red, en hacker activistas de los primeros años
90’s, y en una presencia de los autores franceses en sitios de
todo tipo sin parangón con otras corrientes de pensamiento u
otros movimientos artísticos o culturales intelectualizados.
La
verdadera influencia y la presencia aún de la teoría francesa
en los Estados Unidos, en el resto del mundo y en el retorno
que estos autores han tenido en su Francia natal. Tras las idas
y venidas, los ataques y contraataques, la crítica y la
anticrítica, muchos autores estiman que todo este proceso no ha
sido más que una moda dentro del mercado de las ideas de la que
hoy no quedan sino formas –naturalmente- pasadas de moda, pero
sin calado ni profundidad. Contra esto, cabe decir que en la
medida en que la teoría ha tenido y sigue teniendo un proceso de
lectura, de discusión, de crítica incluso, no puede ser
solamente un efecto pasajero de una teoría que renovó los
léxicos filosóficos, las estrategias de análisis y las formas de
acción. Incluso en su muerte anunciada se prueba que el
postestructuralismo francés ha sido una corriente profunda y
novedosa de la que la historia tendrá que ocuparse. “Pues la
teoría francesa encarna también, en la universidad y más allá,
la esperanza de que el discurso vuelva a dar vida a la vida, que
dé acceso a una fuerza vital intacta, aparentemente ignorada por
la lógica mercantilista y el cinismo del ambiente.” Para
argumentar esta valoración, cabe particularizar la herencia que
los pensadores franceses legan en el pensamiento americano y en
el del resto del mundo -catalogando todas las influencias
significativas y reconocidas. Y a la vez recogiendo las que
influyeron en los pensadores franceses, es decir y cómo no, las
fuentes alemanas.
Finalmente,
por supuesto, debe evaluarse la presencia contemporánea de
estos pensadores en la Francia contemporánea. Una Francia que se
ha empeñado en borrar sus huellas y en acallar sus
pensamientos, sin conseguirlo del todo. Al fin y al cabo, aunque
en esto Francia quizá sea quien mejor se protege de
influencias externas, mientras estos pensadores sigan siendo
centro de referencia en el mundo globalizado difícilmente podrán
silenciarse con un pensamiento reformista y conservador.
French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, Editorial Melusina, Barcelona 2005.
3.-
No es fortuito o arbitrario que Aprender por fin a
vivir fuera la última entrevista concedida por Jacques Derrida
en las inmediaciones de una muerte que habita ya en su palabra
de modo ineludible y que, al haber acaecido después de las de
Michel Foucault, Jean-François Lyotard, Gilles Deleuze, Maurice Blanchot y Pierre Bourdieu,
parece simbolizar el agotamiento natural de una vitalidad
filosófica que pintó con sus nietzscheanos colores tres décadas
prodigiosas de pensamiento europeo.
Los que quedan vivos de aquella singular generación, como Jean Baudrillard (lamentablemente fallecido este año) y Alain Badiou,
proponen títulos poco alentadores protagonizados por la agonía
y el desastre. Y no se trata únicamente de los títulos:
Baudrillard describe al poder político como un enfermo moribundo
artificialmente mantenido con vida gracias al entubamiento
mediático y, si habla de un “complot” del arte es casi únicamente
para remitir a un fulgor antiartístico llamado Andy Warhol, que
habría sido enterrado en vida por sus imitadores con
pretensiones estéticas. Por su parte, Badiou aprovecha toda la
lírica vertida en los últimos tiempos por los “comunistas
literarios” herederos de Bataille (Nancy, Esposito) para
revitalizar una suerte de mao-leninismo filosófico que recupera en
toda su crudeza el viejo rencor marxista contra el derecho
burgués de la democracia “formal” y que reclama vehementemente
una “política sin Estado”, yendo con ambas cosas en una
dirección asombrosamente parecida a la que persiguen aquellos
que uno supone -quizá ingenuamente- que deberían ser los
verdaderos enemigos de un izquierdista.
Pero
no nos equivoquemos. Incluso aunque haya algo de “terminal” o
de “descomposición” en el perfume exhalado por estos títulos
cuasi-póstumos, el corazón del cual son arterias, por muy
esclerotizadas que estén últimamente, late ya incorporado a lo
mejor de las ideas filosóficas de nuestro tiempo al ritmo de una
alegría que si con algo desentona es con ese aire tristón que
va adoptando el pensamiento del siglo XXI (tan dado a los
desastres, las agonías y los entierros).
De modo que el castigo al que hoy se somete a la “filosofía francesa“,
en cuyos excesos se quiere a veces encontrar todas las culpas
de nuestras actuales penurias intelectuales, hay que
administrarlo con cuidado: no es que haya que eximir a estos
autores de todo enjuiciamiento crítico, pero hemos de procurar
que nuestra razonada censura de algunas ideas no nos conduzca a
condenar la contribución más original y vigorosa del
pensamiento de la segunda mitad del siglo XX, porque en tal
caso estaríamos patrocinando, aunque fuese con la mejor
voluntad, la adaptación de la filosofía al clima deprimente y gris
que caracteriza al extendido espíritu de docilidad frente a las
humillantes imposiciones de un “realismo” acrítico.
4.-
¿Qué fue de la Filosofía Francesa?
Sobre FRENCH THEORY.
Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la
vida intelectual en Estados Unidos, François Cusset, Melusina.
Barcelona, 2005
French
theory relata un fragmento de la historia intelectual
contemporánea completamente determinante para la atmósfera cultural
y política de nuestros días, pero parcialmente desconocido en
su detalle: el modo en que un grupo de pensadores franceses,
precisamente en el momento en que su influencia estaba decayendo
en su país, llegó a convertirse, no solamente en una pléyade de
“estrellas” universitarias norteamericanas, sino en suelo
fundamental de los grandes debates teóricos de Estados Unidos y en
columna vertebral del discurso de una nueva izquierda
“post-marxista” que, como todo lo demás, ha acabado también por
re-exportarse a Europa.
Para
comprender este complejo fenómeno, François Cusset comienza
dibujando la coyuntura que atravesaba el mundo académico
transatlántico en el momento en el que se produjo el “desembarco” de
los continentales: no solamente la efervescencia del movimiento
estudiantil contracultural y la renovación producida en las
humanidades por el new criticism, sino ante todo la tensión
interna que en esos años atravesaban las instituciones de
enseñanza americanas, entre la necesidad académica de una
educación universalista y la presión del mercado empresarial que
exige adaptación de los conocimientos a la demanda profesional.
En segundo lugar, el libro describe (y éste es su principal
mérito) el gran “malentendido creador” que permitió el
trasplante de las doctrinas europeas y las operaciones que
garantizaron su perfecto encaje en el campus yanqui: ante todo,
la literaturización de la filosofía continental (puesto que
los departamentos universitarios de literatura fueron su vía
principal de penetración) y su empleo como instrumento de
análisis y dignificación de la cultura popular; y, enseguida, su
reconversión en arsenal de un combate por el poder cultural contra
el neoconservadurismo que comenzó en la “era Reagan” y que fue
evolucionando hasta adoptar el cariz de un nacionalismo de la
“mayoría moral” (blanca, protestante, anglosajona y varonil),
virtualmente confundida con “la cultura occidental” o con “la
civilización” a secas.
En
este laboratorio, las filosofías “francesas” de la diferencia
(Foucault, Deleuze, Baudrillard, Derrida, Lyotard) fueron
percibidas como la base ideológica de una respuesta izquierdista a
este recrudecimiento de la derecha y acabaron catequizadas en
las “políticas de la identidad” de las minorías étnicas,
sexuales, lingüísticas y religiosas, logotipo de los estudios
culturales y toda su cohorte (”estudios de género”, “estudios
gay”, “estudios chicanos”, etcétera), que facilitaron su
introducción en las ciencias sociales a través de la antropología
y, después, en la filosofía moral y política a través del
neocomunitarismo y del multiculturalismo (¿les va sonando? Sí, en
esto como en todo, Estados Unidos nos lleva unas décadas de
ventaja). Y, aunque Cusset no dice nada de esto, en este punto uno
se pregunta si la “adaptación” de los conocimientos a la
identidad de sus destinatarios es realmente una alternativa a la
sin duda perversa “adaptación” a las exigencias del mercado.
Pero sigamos.
Un
eco de esa encarnizada lucha ideológica entre el populismo de
la mayoría y el de las minorías llegó hasta Europa -que hasta
entonces se había conformado con cobrar los dividendos de
prestigio correspondientes a la importación de mercancías
filosóficas a la nación más poderosa de la tierra- con el llamado
“asunto Sokal”: la denuncia de un grupo de científicos
norteamericanos contra la “retórica vacía” del pensamiento francés
y contra el modo en que estaba minando el rigor y el vigor de
las instituciones liberales.
Y
es en la reacción de la opinión intelectual francesa a esa
polémica en donde Cusset ve un caso de desgracia y de miopía:
miopía porque, para evitar que la joven América le hurtase la marca
registrada de la Ilustración, se alió con el “humanismo
liberal” y, por tanto, contra sus propios vástagos, poniendo fin
a la última plataforma de influencia mundial de la gran
cultura francesa (que tiene tanta tendencia a confundirse con
la esencia de la izquierda como el neoconservadurismo a
confundir el american way of life con la civilización), que desde
entonces no ha hecho más que retroceder; y desgracia porque
según el autor contribuyó a la “derechización” generalizada,
ofreciendo a sus hijos bastardos, como única oportunidad de
“retornar a la patria”, la de reciclarse al modo conservador en
las nuevas estructuras del Estado asistencial o en la
administración de empresas, puesto que las universidades ya no
están para experimentos sino para dar rendimientos rápidos.
French theory es, por tanto, un mapa solvente de este “equívoco
fructífero” y una invitación a re-evaluar las filosofías que se
encontraron presas en su movimiento, aunque no es esa
re-evaluación sino un ejercicio estimulante de historia social
del conocimiento. Sin embargo, hay una razón por la cual
conviene leer este libro aunque uno no sea francés (ni por tanto
pueda lamentarse de la decadencia de la influencia de su gran
cultura en el mundo) ni estadounidense (ni por lo tanto pueda
enorgullecerse de la capacidad de absorción y recreación dinámica
de sus instituciones culturales o apenarse de la penetración
del gusano de la extravagante impostura francesa que corrompe el
sano liberalismo nacional): y es que se llega a comprender el
significado del término post aplicado a la cultura (o sea, el
éxito de etiquetas como postmodernidad, postestructuralismo,
postilustración o postnacionalismo, entre otros cientos): post-it
-la fórmula es del Canard enchaîné-, se pegan por todas partes.
En los tiempos inmediatamente siguientes a la Segunda Guerra
Mundial, todo lo que venía de Estados Unidos era “nuevo” en el
sentido de que renovaba o rejuvenecía las tradiciones europeas
(el imperialismo era un “neo-colonialismo”, la filosofía
analítica norteamericana un “neo-positivismo”, etcétera); hoy,
perdido completamente el impulso jovial de los pioneros,
Estados Unidos ha dejado de ser el laboratorio de la renovación
de las ideas europeas para convertirse en su nicho funerario:
es el futuro de Europa (y del mundo entero), su después
absoluto e irrenunciable, su destino inapelable y el lugar en
donde llegan a ser lo que eran, en donde revelan la verdad de
lo que habrán sido en la historia. Son nuestra posteridad
intelectual.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Doctor en Filosofía por la
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado
Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía
IV. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de
Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades
de la Universidad Andrés Bello UNAB. – En octubre de 2006 y
2007 es invitado por la 'Fundación Hombre y Mundo' y la UNAM a
dictar un Ciclo de Conferencias en México. – Miembro del
Consejo Editorial Internacional de la 'Fundación Ética Mundial'
de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de
'Konvergencias', Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo,
Argentina. Miembro del Conselho Editorial da Humanidades em Revista, Universidade Regional do Noroeste do Estado do Rio Grande do Sul, Brasil y del Cuerpo Editorial de Sophia –Revista de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador– . Director de Revista Observaciones Filosóficas.
Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Director Académico
Carrera de Filosofía y Teología, Universidad Cristiana de Chile
UCCH – Profesor visitante Florida Christian University USA y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello. Artista conceptual. Ha publicado el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008.
Universidad Católica de Valparaíso - Universidad Complutense de Madrid
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid,
Departamento de Filosofía IV, mención Filosofía Contemporánea y
Estética. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de
Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades
de la Universidad Andrés Bello UNAB. Profesor de la
Escuela de Periodismo, Profesor Adjunto
Escuela de Psicología
y de la Facultad de Arquitectura UNAB Santiago. – En octubre
de 2006 y 2007 es invitado por la 'Fundación Hombre y Mundo' y
la UNAM a dictar un Ciclo de Conferencias en México. – Miembro
del Consejo Editorial Internacional de la '
Fundación Ética Mundial' de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de '
Konvergencias', Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. Miembro del Consejo Editorial Internacional de
Revista Praxis – Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional UNA, Costa Rica. Miembro del Conselho Editorial da
Humanidades em Revista, Universidade Regional do Noroeste do Estado do Rio Grande do Sul, Brasil y del Cuerpo Editorial de
Sophia –Revista de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador–. Asesor Consultivo de
Enfocarte –Revista de Arte y Literatura– Asturias, España. Miembro del Consejo Editorial Internacional de '
Reflexiones Marginales' –Revista de la Facultad de Filosofía y Letras UNAM. –Miembro de la
Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF) con sede en Bruselas, Bélgica. Director de
Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. – Profesor visitante
Florida Christian University USA y Profesor Asociado al
Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello.
Artista conceptual. Ha publicado el Libro:
Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización,
Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución
Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008. Invitado
especial a la International Conference de la
Trienal de Arquitectura de Lisboa | Lisbon Architecture Triennale 2011
PUBLICACIONES
Publicaciones Internacionales Catalogadas en DIALNET Directorio de Publicaciones Científicas Hispanoamericanas
http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1053859
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Antipsiquiatría: Deconsctrucción del concepto de enfermedad mental y crítica de la 'razón psiquiátrica'",
En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas -
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El artista como dictador social o el político como escenógrafo",
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Universidad Complutense de Madrid, NÓMADAS. 26 |
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ADOLFO VÁSQUEZ ROCCA
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Universidad Complutense de Madrid
Universidad Andrés Bello UNAB
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